En ocasiones me gusta ver cosas normales como si fueran lo mas extraordinario. El sol es una de ellas. Es sólo una bola de fuego. Pero el mundo no existirÃa sin él. Nosotros no existirÃamos sin él. ¿No es algo demasiado fuerte y estremecedor para decir que solo es un sol?
Es tan grande su poder que nadie es capaz de mirarlo fijo. A veces lo desafiamos y lo miramos, pero los ojos no comienzan a arder, y como alguien que hizo una cosa prohibida, apartamos la mirada en pocos segundos. Solo queda un ardor y quizá alguna lágrima que escuece por ese breve contacto. Arrugamos los ojos como si algo nos hubiera quemado.
Incluso si un dÃa el cielo decide darle el poder a las nubes y rugir, bañándonos con un poco de agua, al poco tiempo estos visitantes pasajeros deben retirarse para dar paso nuevamente al rey del cielo.
En los frÃos meses de invierno nos abraza con una calidad que entibia el cuerpo y lo envuelve como un abrazo. En verano quema y arde como con toda su fuerza.
Hay dÃas en que me detengo, miro como se refleja en un charco de agua o como ilumina las hojas de un árbol y pienso que es una de las cosas mas bonitas que he visto. Pero a veces al abrir una ventana por la mañana o al salir al patio o a la calle, me topo con él. Me da de lleno en la cara.
Entonces cierro los ojos, siento esa tibieza en la piel, siento una energÃa que se mueve dentro mÃo. Respiro fuerte como si de ese modo pudiera captar eso que me ofrece y no tengo idea de qué es, pero lo quiero.
Si alguien me viera se preguntarÃa que estoy haciendo, porque de pronto empiezo a sonreÃr, mirando al sol con los ojos cerrados. No lo saben, pero el sol me está haciendo cosquillas. Y me encanta.
Celeste.